CAOS Y CREATIVIDAD


“Yo os digo: es incluso preciso tener caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina” Así habló Zaratustra. Friedrich Nietzsche. 


Las manifestaciones corporales, los síntomas, los dolores, el sufrimiento y las enfermedades, la mayor parte de las veces constituyen una expresión caótica que muestra o pone de manifiesto aquello que no funciona, lo que “suena mal”,  lo que nos desorienta y desespera porque hace que perdamos el control. Tendemos a rechazar el caos porque necesitamos la estabilidad y el dominio de las situaciones y de nosotros mismos. 
Cuando el caos irrumpe aparece la incertidumbre, ya que no podemos controlar todo ni saber o predecir demasiadas cosas a futuro. Solo sabemos lo que ocurre hoy, ahora, en este momento.
Aceptar esa incertidumbre y entregarse al momento presente, permite que la sensación de caos y desesperación no nos paralice y en cambio se despierte un elemento fundamental que debe aparecer para gestionar de forma adecuada las situaciones problemáticas: la creatividad. 
Cada persona cuenta con recursos y herramientas que ha ido acumulando a lo largo de su vida. Algunas formas de afrontamiento del dolor y sufrimiento están determinadas por patrones esteriotipados que fueron necesarios en algún momento para sobrevivir (en el caso de situaciones traumáticas más aún), pero a día de hoy no tienen ningún sentido. 
Son patrones adquiridos que generan respuestas automáticas y más que ayudar en la resolución del problema, nos perjudican, debilitan y enferman. (aquí). Las creencias que forjamos a lo largo de nuestra vida también son adquiridas, no son innatas (aquí)
Podemos por lo tanto pensar que los patrones esteriotipados y las ideas adquiridas pueden modificarse, pueden cambiar.  
Al pensar de esta manera se nos presentan dos opciones: o seguimos en el bucle y empeoramos, o recurrimos a otras alternativas despertando nuestra creatividad y capacidad de juego. 
Ser creativos implica recurrir al bagaje de aprendizajes que hemos acumulado a lo largo de la vida y comenzar a organizar -o mejor dicho-, a clasificar aquello que nos perjudica de aquello que nos puede ayudar. 
Además implica estar abierto a posibilidades nuevas sin rechazar de forma automática ninguna opción: dibujar, pintar, escribir, leer, tocar un instrumento, bailar, cantar, jugar...
Ser curiosos como éramos de pequeños en donde todo estaba por descubrir.  
Rescatar ese niño interior que sigue queriendo aprender, que no se resigna y al que el caos no le asusta porque forma parte de un continuo que permite crecer y evolucionar.

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